Nuestro organismo lo enfrenta como si estuviéramos siendo atacados y nuestras vidas corrieran un riesgo vital. Así es que tenemos 3 únicas formas de reaccionar: luchando, huyendo o congelándonos.
Nuestro sistema evalúa velozmente y elije usar la defensa posible en el momento del ataque. Cuando luchamos, actuamos de manera activa, nos defendemos, golpeamos al agresor, gritamos, pedimos ayuda. Cuando huimos, también nos comportamos de forma activa, retirándonos, corriendo, alejándonos del peligro. Cuando nos congelamos, es porque ni la lucha ni la huida fueron posibles, y la respuesta posible para evitar un daño mayor es el apagado del sistema: nuestro cuerpo se congela, deja de sentir, y nuestra mente se disocia, parte de nuestra conciencia se va, escapa de la situación que no puede soportar.
Entonces, si nuestro organismo funciona tan bien, por qué luego algunas personas presentas signos de estrés post traumático?
Esta pregunta se la hizo Peter Levine y agregó: por qué esto no sucede en los mamíferos en estado salvaje? Siendo que ellos viven frecuentemente situaciones de riesgo similares. Los animales en estado salvaje, luego de un ataque potencialmente mortal realizan corridas, saltos o movimientos involuntarios donde liberan una gran carga de energía acumulada que durante el ataque fue necesaria para la activación de los mecanismos de defensa. Los humanos muchas veces luego de estas situaciones de riesgo hacemos algo similar: lloramos, temblamos, de forma involuntaria, y con la misma función que en los animales: descargar la energía acumulada y que fue necesaria previamente.
Otras veces y por diferentes motivos, no lo hacemos, y esa energía queda en el cuerpo y parte de la resolución del proceso queda sin concluir. Es ahí, en estos casos, donde potencialmente pueden surgir luego diferentes manifestaciones físicas, emocionales o relacionales, de trauma.
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